Escrito por: Sebastián Elías Delgado Flores.
Estudiante de 3er año de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno.
El miércoles de semana santa, en su bien sintonizadas y ya acostumbras apariciones de mediodía, Martín Vizcarra anunciaba la ampliación de la cuarentena hasta el próximo 26 de abril. Mensaje correcto, previsible y lleno de incertidumbre para muchos peruanos. Las pruebas diarias son aún insuficientes, los equipos médicos requeridos escasean en los hospitales y la gestión descentralizada del gobierno presenta múltiples retos a los que en circunstancias regulares tendría que afrontar. La capacidad del Estado se pone aprueba en una emergencia de esta magnitud.
El gobierno acertó, en comparación con otros países de América Latina, con la prontitud de la medida de aislamiento social obligatorio, apoyada en un respaldo del 95% según Ipsos. El crédito de la reacción del presidente no se lo va a quitar nadie. Es más, pese al cuestionable desempeño que tenía Vizcarra para mantener estable su Gabinete, se puede argüir que en ministerios como Economía, Salud y Educación se están dando esfuerzos inesperados para el funcionamiento del país en estos extraños tiempos.
Parte importante de la crisis recae en el rol que el Ejecutivo debe desempeñar. Bien señalaba el politólogo Steven Levitsky: «En una democracia liberal, las crisis y estados de emergencia son un desafío: se requiere concentración de poder, pero se debe controlarlo.» Y aunque el eslogan de “Vizcarra dictador” sea arengado por una oposición minoritaria y confusa, las experiencias políticas no favorecen a un poder descarrilado. Ahí es donde el Congreso, minimizado e impopular, debe encausar sus objetivos. Buscando un punto medio entre acuerdos y colaboración con el Ejecutivo y su permanente labor de control político, que no genere estorbo en una situación ya difícil de manejar.
La política, más que nunca, se está manifestando directa ante la ciudadanía. Llegar a entender que tanto la fastidiosa y lenta burocracia, el policía haciendo cumplir la ley en las calles, los trabajadores de un sector salud precario, y el político payaso entregando personalmente víveres en pleno estado de emergencia, sean parte de un sistema que esperamos que funcione bien, es una cruda realidad. Realidad que queda desnuda ante la pandemia, realidad postergada de un país que lleva a rastras sus problemas.
Justamente frente a esta realidad es que los peruanos hemos despertado un poco. Dándonos cuenta de lo frágil que somos como especie, y que las comodidades cotidianas de ahora, fueron producto de un largo sufrimiento pasado. Lo difícil que es la vida diaria para el otro, que se debate entre morirse de hambre o de coronavirus, porque su subsistencia depende de salir a la calle, sin esperar la empatía de nadie, menos de aquellos que enfurecen con mensajes en redes sociales. Porque lo “normal” de antes nunca debe volver a ser considerado lo normal después.
La analogía bélica se aplica perfectamente al proceso de combatir el virus. Y para ello, se necesita una estrategia para enfrentar al enemigo. Necesitamos una estrategia que no sea únicamente quedarnos en casa y permita luchar contra la propagación una vez la calle vuelva a estar llena de rumores de gente preocupada. La ciudadanía está dispuesta a colaborar, que nuestro gobierno nos permita hacerlo, a través de sus acciones, y políticas a la altura de la complejidad requerida.