La catástrofe de la ley del despido masivo

Escrito por: Sandra Ximena Niño de Guzman Tapia
Estudiante de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno

Pasaron ya casi tres meses del dictado de las medidas restrictivas en Perú y pese a estas, el país ha sido declarado como el segundo país sudamericano con más casos de covid-19 y el duodécimo a nivel mundial. Nos ubicamos después de Brasil, lo cual sorprende sobremanera tras la necedad e indiferencia que su mandatario ha demostrado respecto a la pandemia y sus secuelas.

A estos datos preocupantes se suman los que registran incremento en las muertes, contagios, hacinamiento en hospitales y cómo la cuarentena –aún extendida hasta el 30 de junio– omite su esencia de aislamiento social cada día con más notoriedad. En Perú, como señaló el BBVA Research, la curva aún no da señales de aplanarse.

En un análisis elaborado por la BBC acerca de los factores que nos ubican en un alto puesto de contagios en la región, se menciona a la logística para abastecerse como la falta de refrigeradores en los hogares, la informalidad, las aglomeraciones en casa, en mercados y bancos. No es sorprendente el destacamento de estas causales cuando la reciente encuesta según Ipsos data que un 41% de peruanos ya no recibe ingresos económicos e incluso perdió el trabajo.

Sin embargo, aún existen aquellos que subestiman los impactos laborales del covid y son indiferentes ante las necesidades de los otros. Con esto apunto a la ley de suspensión perfecta de labores, que para empezar de perfecta no tiene nada salvo si el término se refiere a salvaguardar los intereses del empleador. Esta pretende el cese temporal del trabajador para prestar servicios y del empleador para remunerarle.

Primero,  fomenta al despido masivo porque no se vela la garantía de ser reincorporado tras los tres meses sin paga. Segundo, los contratos son tan efímeros ­–4 o 6 meses– que con esta medida, la estabilidad laboral será nula. Tercero, el gusto de despedir a empleados se lo dan las empresas cuyas cuantiosas acciones y ganancias demuestran total desdén hacia los que realmente necesitan. Por ejemplo, el portal OjoPúblico identificó a 8 compañías con ingresos de entre 77 y 1.600 millones de soles o con matrices en paraísos fiscales que aplicaron esta ley a 30.249 trabajadores lo que representa el 43,3% del total de suspensiones hasta el 28 de abril. Ya Cineplanet perteneciente al grupo Intercorp Perú que está liderado por el multimillonario más importante del país según Forbes, Carlos Rodríguez, informó a la SMV que a fines de abril ejecutaría un programa de suspensión perfecta de labores.

Ni bien se decretó esta medida, el economista Pedro Francke aseguró que esta ley no solamente constituye una clara vulneración contra la estabilidad laboral del empleado, sino también negligencia con la salud pública puesto que los trabajadores “suspendidos” son incentivados a laborar, de una u otra forma, en las calles para conseguir ingresos. Esta situación no es nada favorecedora cuando el 70% de informalidad acarrea en la economía peruana. En tiempos de coronavirus, ¿realmente es apropiada? Así, para una próxima, diferenciar mejor qué tipo de empresa realmente necesita establecer un acuerdo nuevo con su empleado, claro está la supervisión correspondiente.

Entonces, es momento de suprimir los eufemismos que aluden a supuestas suspensiones y pseudos perfeccionismos para empezar a nombrar las cosas como son: despidos masivos. Con más razón aún, toca estudiar la correlación entre esta ley y el aumento de casos de covid. Por último, no busco negar que el coronavirus ha sido un impacto tanto para ricos como para pobres, pero tampoco nos dejemos engañar por este discurso que a fin de cuentas busca igualar las condiciones materiales de un sector pudiente con un sector vulnerable. Recordemos siempre, en la marea de la crisis, mientras unos se encuentran en botes para su salvaguarda; otros, a duras penas, en lanchas, pero no faltan aquellos que desde sus cruceros se atreven a lanzar escoria a muchos que nadan contra viento y marea para sobrevivir.

Política y ciudadanía contra el coronavirus

Escrito por: Sebastián Elías Delgado Flores.
Estudiante de 3er año de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno.

El miércoles de semana santa, en su bien sintonizadas y ya acostumbras apariciones de mediodía, Martín Vizcarra anunciaba la ampliación de la cuarentena hasta el próximo 26 de abril. Mensaje correcto, previsible y lleno de incertidumbre para muchos peruanos. Las pruebas diarias son aún insuficientes, los equipos médicos requeridos escasean en los hospitales y la gestión descentralizada del gobierno presenta múltiples retos a los que en circunstancias regulares tendría que afrontar. La capacidad del Estado se pone aprueba en una emergencia de esta magnitud.

El gobierno acertó, en comparación con otros países de América Latina, con la prontitud de la medida de aislamiento social obligatorio, apoyada en un respaldo del 95% según Ipsos. El crédito de la reacción del presidente no se lo va a quitar nadie. Es más, pese al cuestionable desempeño que tenía Vizcarra para mantener estable su Gabinete, se puede argüir que en ministerios como Economía, Salud y Educación se están dando esfuerzos inesperados para el funcionamiento del país en estos extraños tiempos.

Parte importante de la crisis recae en el rol que el Ejecutivo debe desempeñar. Bien señalaba el politólogo Steven Levitsky: «En una democracia liberal, las crisis y estados de emergencia son un desafío: se requiere concentración de poder, pero se debe controlarlo.» Y aunque el eslogan de “Vizcarra dictador” sea arengado por una oposición minoritaria y confusa, las experiencias políticas no favorecen a un poder descarrilado. Ahí es donde el Congreso, minimizado e impopular, debe encausar sus objetivos. Buscando un punto medio entre acuerdos y colaboración con el Ejecutivo y su permanente labor de control político, que no genere estorbo en una situación ya difícil de manejar.

La política, más que nunca, se está manifestando directa ante la ciudadanía. Llegar a entender que tanto la fastidiosa y lenta burocracia, el policía haciendo cumplir la ley en las calles, los trabajadores de un sector salud precario, y el político payaso entregando personalmente víveres en pleno estado de emergencia, sean parte de un sistema que esperamos que funcione bien, es una cruda realidad. Realidad que queda desnuda ante la pandemia, realidad postergada de un país que lleva a rastras sus problemas.

Justamente frente a esta realidad es que los peruanos hemos despertado un poco. Dándonos cuenta de lo frágil que somos como especie, y que las comodidades cotidianas de ahora, fueron producto de un largo sufrimiento pasado. Lo difícil que es la vida diaria para el otro, que se debate entre morirse de hambre o de coronavirus, porque su subsistencia depende de salir a la calle, sin esperar la empatía de nadie, menos de aquellos que enfurecen con mensajes en redes sociales. Porque lo “normal” de antes nunca debe volver a ser considerado lo normal después.

La analogía bélica se aplica perfectamente al proceso de combatir el virus. Y para ello, se necesita una estrategia para enfrentar al enemigo. Necesitamos una estrategia que no sea únicamente quedarnos en casa y permita luchar contra la propagación una vez la calle vuelva a estar llena de rumores de gente preocupada. La ciudadanía está dispuesta a colaborar, que nuestro gobierno nos permita hacerlo, a través de sus acciones, y políticas a la altura de la complejidad requerida.